Aunque son muchos los adolescentes con diabetes que consiguen un control glucémico dentro de los objetivos, otros muchos experimentan un deterioro del mismo que los expertos asocian a cambios endocrinológicos que comportan una resistencia a la insulina, patrones erráticos de comida, ejercicio o sueño, dificultad para seguir las pautas de tratamiento, trastornos de la conducta alimentaria y aparición de conductas de riesgo, según ha explicado Roque Cardona, jefe de la Unidad de Diabetes Infantojuvenil del Hospital San Juan de Dios de Barcelona.
Durante su intervención en el 60º Congreso Nacional de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) que se celebra estos días en Bilbao, el doctor ha explicado que la consecuencia más inmediata de la interrupción del tratamiento en pacientes adolescentes es el riesgo de cetoacidosis y cuya "presencia repetida puede condicionar afectación de algunas habilidades mentales incluyendo el cálculo y la memoria”.
A la hora de conseguir la mejor adherencia al tratamiento en el paciente adolescente, hay que tener en cuenta que tiene “características únicas y distintivas, y es necesario aprender a escucharle y entender los mensajes que, a su manera, quiere comunicar”. En este sentido, Cardona ha señalado la necesidad de realizar mediciones y valoraciones sistemáticas mediante escalas validadas de las probabilidades de desarrollar determinados problemas psicológicos y conductas de riesgo. “Si esta evaluación sistemática detecta riesgos objetivables, es importante la intervención de un psicólogo o un psiquiatra, profesionales que deberían estar integrados en los equipos de diabetes que atienden a adolescentes”, ha dicho.
Los riesgos de no controlar de forma adecuada estos síntomas son los problemas de salud mental, como la depresión, el consumo de tóxicos, el trastorno de la conducta alimentaria, etc. Según el Dr. Cardona, el riesgo de cetoacidosis e hipoglucemia grave también se incrementa en adolescentes con diabetes y estilos de vida irregulares, conductas de riesgo u omisión de insulina.
Además, los cambios biológicos de la pubertad y los hábitos de vida condicionan un riesgo incrementado de complicaciones microvasculares, como retinopatía, nefropatía o pie diabético, y macrovasculares, como las enfermedades cardiovasculares.
El paso del paciente adolescente desde la asistencia sanitaria pediátrica a la atención de adultos debe seguir un programa de transición estructurado, con un equipo multidisciplinar reconocido y con experiencia, ha aconsejado el especialista. “La transición debe ser un proceso gradual que se adapte a las características madurativas de cada persona. No existe una recomendación unificada sobre la edad ideal, si bien las nuevas guías clínicas de la Sociedad Internacional de Diabetes Pediátrica y del Adolescente (ISPAD) recomiendan la transferencia entre los 18-21 años, siempre individualizada para cada joven”, ha explicado Cardona, que ha aportado algunso consejos para atender al paciente adolescente con diabetes, tales como:
- Realizar un seguimiento adecuado durante la infancia y la adolescencia.
- Asegurar un contacto periódico, con la frecuencia que cada uno necesite.
- Integrar, si es necesario, consultas presenciales con contactos telemáticos.
- Ofrecer una relación de confianza mutua.
- Fijar metas y objetivos que sean alcanzables.
- Realizar una educación estructurada dirigida específicamente al adolescente.
- Ayudar a la familia a redefinir el grado de involucración en el manejo de la diabetes teniendo en cuenta la madurez de cada persona.